La vida que cambió la genética

La vida que cambió la genética
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  • FanN
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    (@fann)

    Los Forth tienen una actividad complementaria que en la Argentina parece casi haber desaparecido. Son vendedores de semillas, además de productores. Venden productos de Dekalb. En el estado que tiene el primer lugar del podio norteamericano en la producción de maíz son esas semillas, precisamente, las que más venden. Se utilizan híbridos transgénicos con resistencia a insectos. Pero para evitar que proliferen las variedades de plagas que logran comerse los cultivos, hay que sembrar el 20% del área con maíces que no son resistentes y que requieren mayores gastos en insecticidas. Hay dos peleas que entablan los granjeros norteamericanos. Una es que el gobierno autorice a que, como en la Argentina, el área de refugio que por obligación hay que sembrar con maíces sin modificación genética sea de sólo el 10%. La otra es la que enfrentan los vendedores, para que quienes adquieren semillas acepten llevarse la proporción de semillas sin resistencia que legalmente se exige.

    La aparición de las variedades transgénicas resistentes al herbicida glifosato cambió la vida de los productores, como ocurrió en la Argentina. “Usted vino desde el centro de Des Moines, ¿no? ¿Cuántos chicos vio trabajando en los campos? Ninguno, seguro; antes de la resistencia al glifosato habría observado centenares de ello cortando malezas; eran los hijos de los productores que hacían esas tareas pesadísimas. Hoy están estudiando o jugando con la computadora, la PlayStation o la Nintendo Wii”, dice Steve.

    “Si nos hubiera visitado cuando no había resistencia al glifosato, no habría estado aquí charlando con usted, sino en el campo cortando malezas. En esa época, yo era el glifosato de mi padre”, ironiza Ryan.

    Steve se levanta muy temprano. A las cuatro de la mañana ya está en un típico bar y restaurante, en un cruce de rutas, cerca de su casa, como los que se pueden ver en cualquier road movie norteamericana. Allí se junta con amigos y vecinos a desayunar. El fundador, cuentan, fue un veterano de la Segunda Guerra, que en Europa quedó tras las líneas enemigas, aislado y pasó hambre como nunca en su vida. Así es como en su negocio nadie debe irse insatisfecho. Las porciones son colosales. Y en los muros hay colgados premios ganados en concursos gastronómicos. La especialidad es el cerdo y lo que más se promociona son unas milanesas típicas de la zona.

    El dueño no se levanta tan temprano. Steve tiene la llave, enciende la cocina, toman café, y cada uno deposita en un frasco el valor de lo que consumió. “Más o menos para las seis, ya hemos arreglado el mundo hablando, y entonces me voy al campo”, remata.

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